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sábado, 10 de mayo de 2014

"GA.LI.LEO" Detective privado- 3º Cap.

Sin llamar la atención, el auto que lleva a Gabriela cautiva, atraviesa la ciudad. Toma uno de los accesos, alejándose de la zona urbana, e internándose en un camino de tierra. Lo transitan por varios kilómetros y se detienen luego de cruzar un paso a nivel sin barreras. Apagan el motor, pero dejan las luces encendidas. Aguardan a que se disipe la polvareda y descienden. En la quietud del campo, se oyen los grillos cantar entre los pastos altos y las cunetas profundas. Abren el baúl, iluminándose con una linterna. Gabriela, amordazada, se debate con impotencia.
-Dale, vamos a bajarla.
-Mirá. Creo que esta conchuda, se meó.
La toman de las axilas y de los pies, con esfuerzo. Luego, la dejan caer sobre el camino.
-Mala suerte. Mañana te toca lavar el auto a vos- recuerda uno de ellos, empujando con el zapato a Gabriela y haciéndola rodar hasta que cae en la zanja. El otro toma un bidón de nafta del baúl y se lo alcanza.
-¿Estas seguro? Me parece que la última vez, lo lavé yo.
Su compañero quita la tapa del bidón. Gabriela se retuerce en la cuneta.
-¡Lo que faltaba! -dice, vaciando el bidón sobre ella- ¡Que me quieras cagar! ¡Hacé memoria!
-¡Puede ser! ¿Qué se yo? A vos, ¿no se te confunden las semanas?
El otro saca una caja de fósforos, dispuesto a encender uno.
-A veces sí. Pero, mañana, te toca a vos.
-Al final - concluye el otro- Me parece que lo voy a llevar a un lavadero.
Observa con curiosidad a su compañero, mientras éste enciende el fósforo.
-Che -interrumpe- ¿No hay que matarla primero?
El otro duda. Luego, se encoge de hombros.
-Da lo mismo ¿no?
Asienten, imperturbables.
-Creo que sí.
Por detrás, aparece Rinaldi. Les apunta con una pistola y el haz de una linterna.
-Apaga eso, dense vuelta y no hagan boludeces.
Se vuelven lentamente. El que sostiene el fósforo, sacude la mano hasta que se extingue la llama.
-Tiren sus armas al suelo- ordena Rinaldi- Despacio.
Obedecen.
-Y la pistola de ella también- agrega.
Uno de los matones la saca de su cintura, arrojándola en la calle de tierra.
-No se quién sos -dice- pero te vamos a encontrar, en dónde sea.
-No sabes con quién te estas metiendo- advierte el otro.
Rinaldi los ignora, haciéndoles un ademán con el arma para que se muevan.
-Suban al auto y váyanse. No me obliguen a darles un tiro.
Los hombres de Monti se suben al auto, antes la mirada vigilante de Rinaldi, que no deja de apuntarles. Arrancan y aceleran, alejándose. Cuando las luces traseras del auto están lo suficientemente lejos, se acerca a la cuneta y alumbra a Gabriela. Ella gime, intentando salir. Él se agacha, tomándola de la ropa.
-Espera, que ya te ayudo.
Tira hacia sí y logra subirla con esfuerzo. Gaby se desploma en la calle polvorienta. Rinaldi deja su arma y corta el precinto con una navaja, liberando sus manos. Ella se quita la mordaza, sofocada. Respira con dificultad, tose. Él la ayuda, para que pueda ponerse de pie. Sucia de pasto, tierra ,sangre y empapada en nafta. Se queja del dolor.
-Vamos, tenemos que irnos.
Toman sus armas y ella se apoya en él para caminar. Atraviesan el campo, hasta encontrar el lugar dónde Rinaldi dejó su auto. Se suben y arrancan.


Rinaldi maneja en silencio, concentrado en el camino. Gaby intenta limpiarse un poco con un pañuelo. Le duele todo el cuerpo y tiene el pómulo hinchado.
-¿Cómo supiste?- pregunta.
-Estaba en Caín. Vi cómo, esos dos, te sacaban por atrás.
-Monti hace rato que me la tenía jurada. De cuando el Negro y yo, le metimos preso al viejo por un asunto de drogas...
Él no acota nada y continúan en silencio por unos minutos. Gaby observa su reflejo en la ventanilla del auto.
-Si no fuera por vos...
-No es nada. Una, por los viejos tiempos. Y lo dejamos ahí. Mañana, podemos seguir detestándonos.
-Seguro. Gracias, igual.
Siguen el camino, acercándose cada vez más a las luces de los edificios, que brillan a lo lejos.
-¿Qué hacías en lo de Monti?- pregunta él.
-Nada- miente Gaby- ¿Y vos?
Rinaldi se encoge de hombros.
-Lo mismo. Solo pasé a tomar una copa.
Ella tiene un acceso de tos y escupe sangre en el pañuelo.
-¿Te llevo a un hospital?
Gaby niega con la cabeza.
-Déjame en casa, nomás.
Él no insiste, tomando el acceso que los lleva hacia la ciudad.




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