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martes, 31 de diciembre de 2013

Pensión de caballeros - Continuación 4º Capitulo.

Paloma y Lucas salen del café y caminan cargando un bolso y una valija. Se dirigen a la parada de colectivos. Paloma ha decidido que lo mejor es cambiar de barrio, alejarse lo antes posible. Hay un par de personas en la garita, aguardando. Se sientan y descansan. El sol matutino los reconforta, su calor es suave, como una caricia. Mientras esperan, Paloma pasea la vista y se detiene en un panfleto, pegado a un poste. Le pide a Lucas que no se mueva de su lugar y se acerca para leer mejor. Su rostro se ilumina. Vuelve a la parada, toma el equipaje y le indica a Lucas que la siga.

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Esteban sale del supermercado chino, cargando una bolsa de red con provisiones. Va leyendo el ticket de su compra. Levanta la vista cuando un conocido pasa y lo saluda. Vuelve a concentrarse en el detalle de la factura, avanza unos pasos y se detiene. Es que le pareció leer un cartel pegado en un tapial y no está seguro si lo que vió fugazmente, al levantar la cabeza, es correcto. Retrocede unos pasos, se para frente a la pared y se convence de que leyó bien. Arranca el cartel de un tirón, ceñudo, y emprende con rapidez el regreso a la pensión.

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 Los pensionistas toman mate en el pasillo, frente a sus habitaciones. Acordaron quedarse en la pensión, expectantes de los resultados del trabajo de la noche anterior. El pibe fue designado para ir hasta la panadería y trajo bizcochos y medialunas, para amenizar la espera. Oyen un portazo y entra Esteban al patio, hecho una tromba. Deja las compras sobre la mesita y los encara, exhibiendo el cartel.
-¡Hey! ¡Ustedes! ¿Me pueden explicar qué significa esto?
Rehuyen su mirada, haciéndose los desentendidos. Tocan el timbre.
-¡Pibe! ¡Anda a ver quién es! ¡Si es un cliente, que me espere!
El pibe obedece, descendiendo la escalera con rapidez, esquivando la mirada de Esteban. El Ruso, baja unos peldaños, intentando pacificar la situación.
-Mira, Teban, yo te voy a explicar...
-¡Y, sí, si es lo que estoy esperando!
Regresa el pibe, seguido de Paloma y su hijo.
-Teban, lo buscan.
Esteban se vuelve, ceñudo. Su expresión cambia, sorprendido por la presencia de la mujer y del chico, parados detrás de él, con el equipaje a cuestas. El Ruso se queda a mitad de camino, mientras que el pibe aprovecha y sube raudo, mezclándose con los otros.
-Buen día - balbucea Esteban.
-Buen día -responde Paloma, esbozando su mejor sonrisa- Vengo por el anuncio...
Esteban vuelve a ponerse ceñudo, mirando el cartel que tiene en las manos. Enfrenta la mirada de los demás, levantando el tono.
-¿Por esto? ¡Justamente estábamos discutiendo sobre el asunto!
Suaviza su modo de hablar, volviéndose y dirigiéndose a paloma.
-Mire, acá hubo una confusión - hace un bollo con el papel- No necesitamos ningún cocinero.
-Pero, Teban...- dice el Ruso.
-¡Con ustedes ya voy a hablar! - retruca con dureza.
Paloma no puede ocultar su desilusión. Su voz se quiebra, hasta convertirse en un ruego.
-Señor, por favor...Hicimos un largo camino para venir hasta acá. Estoy buscando trabajo, no tenemos dónde vivir y estamos en la calle...Soy buena en la cocina, además, puedo lavar y planchar, hacer la limpieza...
-Yo le agradezco, pero lo que pasa, es que no le puedo pagar por el trabajo ¿entiende?
-¡Puedo trabajar por la comida y el alojamiento! ¡Ese no sería un problema!
Esteban no sabe que decir.
-Mire, esta es una pensión para hombres. No es un buen lugar para usted, ni para su hijo...
-¡Por el contrario! ¡Acá nos sentiríamos protegidos! ¡Deme una oportunidad, se lo suplico!
Los demás, que siguieron la charla desde arriba, deciden intervenir.
-¡Vamos, Teban! ¡Te hace falta una mano!
-¡Afloja un poco! ¡Déjala probar!
Esteban duda, cruza una mirada con el Ruso, que asiente con la cabeza.
-¿Que dice? - pregunta Paloma, acongojada.
-Está bien - accede Esteban- Traiga sus cosas y fíjese, en la cocina, qué puede preparar con lo que hay. 
Los pensionistas aplauden y vitorean. Paloma se emociona, sonriente.
-¡Gracias! -le da un beso en la mejilla- ¡No se va a arrepentir!
Esteban se queda de una pieza, sorprendido por la reacción de ella. Le indica que lo siga.
-Es por acá.
Paloma toma el bolso y la valija y lo acompaña, seguida de Lucas. Ingresan a la cocina, mientras los hombres festejan. Se calman cuando Esteban vuelve al patio y los mira con rencor.
-¡Y con ustedes, todavía estoy enojado! ¡No crean que me olvide!
Cruza y se mete en el taller, mientras los pensionistas comparten sonrisas de satisfacción. 

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 Mientras Paloma prepara el almuerzo y Lucas se entretiene jugando con su autito, Esteban, en el taller, no logra concentrarse en sus tareas, turbado por la presencia femenina. 
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 Pasado el mediodía, Paloma sale al patio y batiendo una cacerola con una cucharada de madera, anuncia el momento que todos han esperado.
-¡A comer!
Regresa a la cocina. Una a una, las puertas de las habitaciones se van abriendo y emergen los hombres, arreglados y perfumados. Se apoyan en la baranda del pasillo y aspiran el aroma que inunda el patio, cerrando los ojos. Esteban sale del taller y los ve bajar con expresión adusta. 
-¡No se olviden que está a prueba!
Asienten, sin omitir opinión, y pasan raudos junto a él.

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Los hombres pasan el pan al plato. Han comido a reventar. Paloma sonríe, radiante y feliz. Esteban está atónito.
-Este es el mejor estofado que comí en años...
-Entonces...¿me puedo quedar?
Recorre los rostros de sus compañeros.
-¿Ustedes qué opinan?- consulta.
El pibe eructa y Esteban le recrimina con la mirada.
-Perdón- se excusa- Es que comí tanto, que creo que la comida se me está por salir por las orejas...
Su comentario provoca carcajadas. Todos se sienten satisfechos. Esteban la mira, sonriente.
-Creo que eso, fue un si.
Ella se emociona, aprieta su mano sobre la mesa.
-Gracias...

       


Pensión de caballeros - 4º Capitulo

Paloma observa abstraída la calle desde el escaparate de un café. Sentado frente a ella, Lucas juega con un autito en la mesa. Apenas han probado sus desayunos. En el piso, junto a la silla, una valija y un bolso.
-Mami...¿por qué nos fuimos del hotel? Ramiro y yo, ibamos a jugar...
Paloma vuelve en sí, mirándolo e intentando esbozar una sonrisa.
-Es que no podemos quedarnos, mucho tiempo, en un mismo lugar...
-¿Es por papá?
Siente que se le hace un nudo en la garganta. Desde que están escapando de César, es la primera vez que se cuestiona si lo que está haciendo es lo correcto para su hijo. Ella lo ha apartado de todo lo que le resultaba familiar. Su hogar, la escuela y sus amigos. Lo ha estado arrastrando por la ciudad y no le ha dedicado el tiempo que se merece. Lucas, obligado a adaptarse, lo ha sobrellevado mejor de lo que se podía esperar, pero ella se siente mal por ello. Después de todo, César es su padre. Entonces, recuerda con angustia lo que conocían como "vida familiar" junto a su ex esposo y todo a lo que Lucas estuvo expuesto. El maltrato verbal y psicológico, los celos enfermizos y las palizas injustificadas que presenció. Toma conciencia de ello y con el coraje que la impulsó a huir, se convence de que hizo lo que debía.  Decidió que Lucas ,no iba a crecer al lado de un monstruo. Las dudas desaparecen y vuelve a sentirse segura de sí misma, de nuevo con deseos de batallar por lo que más quiere en el mundo.
-¿Te conté que llamó la abuela?
Los ojos de Lucas se iluminan.
-Te manda muchos besos y dice que te quiere mucho.
-¿Podemos ir, mamá?
-Todavía no.
El niño baja la mirada, desencantado.
-¿Y cuando...?
-Muy pronto, te lo prometo. Ahora, termínate el desayuno, que yo pago y nos vamos de acá.


sábado, 28 de diciembre de 2013

Pensión de caballeros- 3º Cap // Continuación.

El joven ladrón recupera el aliento, ya lejos del lugar del robo, y se quita la capucha de la cabeza. Camina con calma, sabe que lo pueden estar buscando y no quiere llamar la atención. Se interna en una plaza poco concurrida, ve a César sentado en un banco, leyendo el diario. Se acerca y se sienta a su lado. No se miran entre sí, simulando.
-¿Lo conseguiste, Emilio?
El muchacho saca de entre su ropa la cartera, la apoya en el banco y la desliza hacia César, que la cubre con el diario y la apoya en su regazo.
-¿Te fijaste si estaba? -insiste César.
-Tiene que estar ahí, estoy seguro...
Con disimulo, el abogado abre la cartera y rebusca en su interior, hasta encontrar el teléfono celular de Manuela. Con satisfacción, lo guarda en el bolsillo de su saco, volviendo a dejar la cartera sobre el banco, tapada por el diario.
-Bien hecho- dice, mientras se pone de pie y se aleja sonriendo.
Emilio espera a que se pierda de vista, luego abre el diario, y toma el manojo de billetes que César le dejó como pago. Por último, saca todo lo de valor que hay en la cartera y la deja ahí, levantándose del banco y yéndose como si nada.
                                               
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Esteban sale de su habitación y cruza el patio, rumbo al taller. Sorprende a Cosme y al Ruso tomando mate en el pasillo, frente a sus habitaciones. Los mira, extrañado.
-¿Qué hacen? ¿Andan en algo raro, ustedes?
Se apresuran a desmentirlo.
-¡Nooo...! ¡Para nada, Teban! ¿Cómo estuvo la siesta?
-Bien, muy bien. Bueno, me voy a laburar ...
-¡Dale, Teban! ¡Después te alcanzamos un amargo!
Sin estar muy convencido, Esteban encara para el taller. Se cruza con el pibe y con Fidel, que llegan desde la calle y lo esquivan, sorprendidos. Este se los queda mirando, mientras suben la escalera y se reúnen con los otros, que observan expectantes.
-¿Seguro que no pasa nada?
Lo niegan con énfasis, contestan al unísono.
-¡Nada, Teban...! ¡Anda a abrir, nomás!
Maliciando algo, Esteban abandona el patio, internándose en el taller. Cosme le da un coscorrón al pibe, por descuidado.
-¡Casi se aviva!
El Ruso los apura, impaciente.
-¿Cómo salieron? ¿Los pudieron hacer?
Fidel saca de entre sus ropas los afiches y se los alcanza. En cada cartel, hecho con computadora, se lee:
                                           SE BUSCA COCINERO CON EXPERIENCIA
                                             TRATAR EN PENSION DE CABALLEROS
                                                                 ( SR ESTEBAN)
El Ruso los mira y de inmediato los desaprueba.
-¡Pero, si serán boludos! ¡No tendrían que haber puesto el nombre de Esteban! ¡Todos los que vengan, van a preguntar por él !
-¿Y qué querías que pusiéramos? ¡Si nosotros no estamos nunca!- se defiende Fidel.
-¡Ya sé! - dice Cosme- Ruso, trata de quedarte por acá unos días, y si aparece alguien ¡te haces pasar por él!
-¡Ustedes, están locos! ¡Me van a hacer pelear con el Teban!
-¡Dale, no seas boludo! ¡Solo vos lo podes hacer! Esta noche, a la hora de la cena, salimos a pegarlos y así, matamos dos pájaros de un tiro. Por un lado, aceleramos el asunto; y por el otro, nos salvamos de otro intento de envenenamiento.

                                                                   .............................

  Cae la noche en la pensión, y aprovechando que Esteban está en el baño dándose una ducha, los hombres abandonan con sigilo el lugar, portando tarros con engrudo, afiches y pinceles. Esteban tararea una melodía, acompañado por el sonido del agua que cae como lluvia. Termina de bañarse, cierra la canilla, y sale al patio envuelto en una bata, secándose el cabello. Bajo la luz amarillenta de los faroles, lo encuentra desolado. Con extrañeza, camina hasta el centro, mirando hacia las habitaciones.
-¡Ruso!
Espera y no contesta nadie.
-¡Che, Pibe!
Idéntica respuesta. Vuelve sobre sus pasos y encuentra, sobre la mesita de jardín, una nota. La lee en voz alta.
-"Esteban,  esta noche no comemos acá"
Intrigado, piensa, pero no logra develar el asunto.
-¿Adónde se abran ido estos?
Al fin, se encoje de hombros, arrugando el papel.
-Y bueno, a comer solo...
Colgándose la toalla al cuello, se encamina hacia su habitación, cerrando la puerta.

                                                                 .....................................

  Lucas recién se a dormido y Paloma lo arropa en su cama. Le da un beso suave en la frente antes de apagar la luz y dejar la habitación. Va hacia la cocina y pone a calentar la pava, pensando en hacerse un té. Suena su celular. Deja el agua calentándose y sigue el sonido hasta la sala. Encuentra el teléfono sobre el sillón, lo levanta y antes que nada, lee la pantalla. Número desconocido. Duda un segundo. De todas maneras, atiende.
-¿Hola?
-Paloma, no cortes...                                                                                                                              Con la voz de César reverberando en su cabeza, suelta el celular y este cae abierto sobre la alfombra. Retrocede, presa del pánico, observando el aparato en el suelo, incapaz de acercarse y cortar la llamada. Escucha que César está gritando, no entiende bien qué dice o de qué habla, porque el miedo la tiene paralizada. Solloza, cubriéndose la boca con ambas manos, sofocando un grito. Intenta calmarse. No desea despertar a su hijo. Sobreponiéndose, da unos pasos hacia el teléfono y reúne el valor necesario para tomarlo y escupir su desprecio.
-¡¡Hijo de remilputas, dejanos en paz!!
Y corta. Agitada, se queda mirando fijamente el celular que aún sostiene en sus manos. Da un respingo cuando vuelve a sonar. Número desconocido otra vez. Corre hacia la ventana abierta y lo arroja con furia a la noche. Escucha que se estrella a lo lejos, en la oscuridad, y luego reina el silencio. Aliviada, llena sus pulmones de aire y su agitación desaparece. Mucho más tranquila, pero no segura, regresa a la cocina ,dónde está silbando la pava.




jueves, 26 de diciembre de 2013

Pensión de caballeros- Continuación del capítulo tercero.

Es la hora del almuerzo en la pensión y los hombres, sentados a la mesa, aguardan la comida sin entusiasmo. Esteban, portando una olla humeante de gran tamaño, pide que le hagan lugar y la apoya en el centro, al alcance de todos.
-Bueno, ¡a comer!.
Los pensionistas se miran entre sí, Cosme se quita el palillo de la boca.
-Mejor vayan pasando los platos- decide Esteban, tomando el cucharón- Yo les sirvo.
Uno a uno, se los van alcanzando.
-¿Así que te quedas unos días, Pibe? -pregunta el Ruso, como para armar conversación.
El Pibe asiente con la cabeza.
-¿Cómo es eso? -dice Cosme, envuelto en el vapor que emana del plato que tiene enfrente.
Mientras sirve, Esteban intenta explicarles.
-La madre se fue unos días de viaje, en una de esas excursiones para jubilados...
-¿Adónde se fué la Doña? - pregunta el Ruso.
-A Las Grutas- informa el pibe.
-Y como no lo quería dejar solo, me preguntó si se podía quedar con nosotros. Así que va a ocupar la habitación que quedó disponible, hasta que vuelva Miriam.
-Mirá que esta noche, capaz que armamos un truco, pibe...-advierte el Ruso.
-Te vamos a dejar pelado...-avisa Cosme.
-¿Y dónde queda Las Grutas? -quiere saber Fidel.
-Al sur, no se muy bien dónde...¿no?-el Ruso consulta con los otros, que dudan en afirmarlo.
-Creo que sí...
Esteban deja el cucharón dentro de la olla y se sienta para comer. Suena el timbre de calle. Ofuscado, vuelve a ponerse de pie.
-¿Quién puede ser?
-¿Queres que vaya yo? - se ofrece el Ruso.
-No, deja, empiecen a comer que ya vuelvo...
Sale de la cocina. Los comensales se miran. Al unísono, se llevan la cuchara a la boca. Sus gestos son de desaprobación.
-¡Puaj! ¡Esto no puede seguir así!
-Este brebaje, ¡es incomible!
-¡Ni en el peor pesquero del mundo sirven semejante bazofia!
El Ruso los para.
-¡Che! ¡Aflojen un poco! ¡A ver si escucha Teban!
El pibe, haciéndose el desentendido, manotea una varilla de pan de la mesa. Cosme, al darse cuenta, tironea del otro extremo gruñendo, quedándose con la mitad.
-Ruso, con una mano en el corazón, decime...¿cómo soportas tragarte eso?
-Lo hago por Esteban, que es un pan de Dios, y no quiero lastimar sus sentimientos...
-¡Que vaya a aprender a cocinar, entonces!- exclama Cosme, mordisqueando su palillo.
-¿Qué podemos hacer?- pregunta Fidel.
-Nada,, les pido que disimulen y que se la aguanten...
-¡Imposible! - sentencia Cosme, vaciando su plato en la olla. Los demás lo imitan- ¡Algo tenemos que hacer!
Se levantan y se van protestando, dejando solo al Ruso en la cocina, que lo piensa un segundo y aprovecha la ausencia de Esteban para vaciar su plato en la olla. Se está levantando para irse cuando éste regresa.
-¿Vos podes creer? ¡ La gente no respeta los horarios de los demás...! -observa que ya no hay nadie -Pero, che...¡ya terminaron de comer! ¡Y yo ni siquiera empecé!
-Eh...,sí, ya nos comimos todo. Disculpa que no me quede, pero tengo cosas que hacer...
Esteban hace un gesto viendo al Ruso abandonar la cocina, pensando en lo desconsiderados que son todos, y se sienta a comer. Saborea el primer bocado, arrugando la cara.
-Algo le falta...-prueba otra vez, se encoge de hombros- No es como el que hace mi viejo, pero está pasable...
Estira el cuello, mirando el interior de la olla.
-¡Uh! ¡Sobró un montón! ¡Ya que limpiaron los platos, esta noche, se los recaliento!
Se sirve un vaso de vino y continúa comiendo, solo en la cocina.

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 Entra el Ruso a la habitación de Cosme, dónde están reunidos los pensionistas. Le indican que guarde silencio.
-No alborotes, Ruso. ¿Seguro que no te siguió?
-Seguro.
-Veni y arrimate...
Sobre la cama, Cosme despliega las provisiones, envueltas en una bolsa negra. Una tira de salame, una longaniza, bondiola y una botella de vino.
-Casi me pescan el otro día, cuando llegué, y Esteban estaba con su viejo sentados en el patio...
-¡Dale, ponete a cortar, que me muero de hambre!
-¡Ya va, ya va!
Comen, y saciados al fin, se ponen serios y abordan el asunto que les preocupa. Alguno se levanta, de vez en cuando, a espiar por la cortina de la puerta, para ver por dónde anda Esteban.
-Bueno, ya saben por qué estamos todos acá. Tenemos que resolver este tema de alguna manera, antes de que ese hombre, nos liquide con otra de sus comidas...
-Che, para un poco...- se queja el Ruso.
-Ruso,  no confundas amistad con semejante sacrificio...
-Tenemos que conseguir un cocinero...
-Pero, Fidel, ¡imagínate cómo se va a sentir Esteban.!
-No queda otra, Ruso, de alguna manera lo vamos a disfrazar para que no se ofenda...
-¿Ya lo tantearon a Hugo?
-Fué Fidel, pero dice que no puede venir a cocinar todos los días, que tiene que hacerse cargo de su negocio...
-Bueno, descartado, entonces...pibe ¿alguna idea?
-Una vez, perdí un perrito. Imprimí anuncios con la compu y los pegué por todo el barrio. A los dos días, apareció...
-¡Eso podría funcionar! ¡Bien, pibe! ¡Hagamos lo mismo, peguemos carteles pidiendo cocinero y pongamos la dirección de la pensión!
-¡Claro! ¡Como si Esteban no se fuera a enterar!
-¡Cuando empiece a caer gente, a todos no les va a poder decir que no, alguno va a quedar!
-Yo no estoy de acuerdo...
-Bueno, decime entonces, qué se te ocurre, Ruso..
El Ruso piensa por un rato, al fin, permanece en silencio.
-¡Está decidido!. Pibe, encárgate de los carteles. Cuando estén listos, los salimos a pegar...¡y rogemos para que alguien nos ayude!
-¡Amén!
Se levanta la sesión. Con cautela, de a uno van saliendo. Cosme envuelve la comida con la bolsa y la esconde, en el fondo del ropero.

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  Manuela sale de su trabajo y va a encontrarse con unas amigas en un bar. Camina distendida, portando una cartera que cuelga de su hombro. El sol se refleja en sus gafas oscuras y el viento juega con la tela de su vestido. Pone especial cuidado al cruzar las calles, atenta al caótico tráfico de la ciudad. Dobla la esquina y toma por una calle menos transitada, dónde puede caminar a sus anchas, sin temor a tropezar con alguien. Unos metros más atrás, un joven de zapatillas y capucha, sigue sus movimientos. Al llegar a la esquina, Manuela se detiene ante el paso de un colectivo. A punto de avanzar, recibe un empujón y el joven se abalanza sobre ella, arrebatándole la cartera. Confundida y dolorida, ve como el ladrón se aleja corriendo, y se pierde entre los autos.

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lunes, 23 de diciembre de 2013

Pensión de Caballeros - Continuación del 3º Capitulo.

Es casi la hora de cierre y Paloma termina de adornar con dedicación los últimos dos platos de su turno. Entra el mozo, empujando las puertas batientes, a la cocina.
-¿Esta listo lo de la mesa 10?
-Ya casi...- contesta ella, colocando un par de morrones sobre la mayonesa de ave. Sonríe, dándose por satisfecha - Ahora sí.
El mozo, impaciente, toma un plato en cada mano, le da la espalda y se dispone a salir, cuando de repente se detiene, como aguardando algo. Paloma lo ve y tiene el impulso de acercarse. Se sobresalta cuando el mozo estornuda con violencia, sobre los platos.
-¡Ah...! Creo que me pesqué algo...-comenta, sacudiendo la cabeza y retomando su marcha hacia la salida. Paloma hace un gesto inútil por detenerlo, sabiendo que esos platos en los que trabajó con esmero y el mozo trató con tan poca delicadeza, no van a volver a sus manos. Con desencanto, se asoma y sigue con la mirada su recorrido hacia la mesa 10, dónde una madre y su pequeño hijo, reciben el almuerzo y se aprestan a saciar su apetito. Molesta y triste, regresa a la cocina ,sabiendo que mañana no va a volver.

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 El sol de las tres de la tarde la acompaña hasta la entrada del hotel dónde se hospeda. Como es habitual, desde el desafortunado incidente con Cesar en aquel café, se mantuvo alerta todo el camino, asegurándose de que nadie la siga. Entra y agradece el fresco amparo de la recepción, vacía a esa hora del día. Sube hacia su habitación y encuentra a Lucas y al hijo de la portera, dormidos sobre la alfombra, frente al televisor. Apaga el aparato y se deja caer sobre un sillón, abatida. Observa a los chicos dormir por un buen rato, como en trance, luego reacciona y toma su teléfono, marcando un número. Aguarda a que atiendan y reconoce la voz de su madre al otro lado de la línea.
-¿Hola?
-Hola, mamá. Soy yo, Paloma.

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Sentada en su silla de ruedas, bajo la sombra de un árbol frondoso y vigilando el trabajo de los peones, la madre de Paloma se emociona al escuchar su voz.
-¡Paloma! ¡Querida!
-¿Cómo estás, mamá?
-¿Qué cómo estoy yo? ¡Muy bien, gracias a Dios! ¿Y vos...?  Las últimas noticias que tuve de ustedes fue a través de tu amiga, Teresa, y no eran nada buenas...Me tenes muy preocupada, nena...
-No te angusties, que todo está bien...
-¿Y Lucas? ¡No te imaginas lo que lo extraño! ¿Por qué no se vienen para el campo? Acá pueden quedarse y de paso, me ayudan y me hacen compañía. Desde que falta tu padre, mantener todo esto me tiene desbordada...
-Ya sé, mamá, pero no podemos ir por ahora. Cesar nos encontraría con facilidad...
-¡Te extraño, chiquita! ¿Cuando se va a solucionar esto de una buena vez?
-No sé, estas cosas llevan tiempo...
-Si ese abogado no sirve, podemos buscar otro...
-Estoy esperando, en cualquier momento voy a tener novedades...
La voz de la señora se quiebra, víctima de la emoción.
-¡Cómo me gustaría poder hacer algo! ¡Ese desgraciado!
-No te pongas así, mamá, lo peor ya pasó...
-¿Querés que vaya para allá?
-Vos sabes que tu salud no te lo permite...
-Es cierto. Además de inválida,¡ me siento impotente!
-Ya te dije, estamos bien, no hace falta que vengas ni que me mandes plata. Todo se va a resolver y muy pronto vamos a estar con vos...
La señora no puede evitar sollozar y Paloma, conmovida, siente un nudo en el estómago que le llena los ojos de lágrimas.
-Te quiero, mamá, cuídate.
-Vos también, querida...- contesta con voz quebrada- Y dale muchos besos de mi parte a Lucas. Decile que lo extraño...
-Seguro, se lo voy a decir..Nos vemos...
-¿Lo prometes?
-Muy pronto, te lo prometo.
-Chau, hija.
Corta la llamada, moqueando. Frente a ella, Lucas duerme plácidamente la siesta. Paloma se enjuga una lágrima y sin despertarlo, se recuesta junto a él.

domingo, 22 de diciembre de 2013

Pensión de Caballeros - Cap 3 - Cont.

Esteban entrega una bicicleta recién reparada a un vecino, un tipo humilde, con aspecto de obrero.
-Mire, Gómez, yo le puse tres parches a la cámara, pero acá el problema es la cubierta, que está muy gastada...
-Sí, ya lo sé, pero hasta que no cobre...¿me aguantará unos días más?
-La verdad, no le puedo asegurar nada. Si pisa la sombra de un clavo, capaz que se pincha...
-¿Usted no me fía una hasta fin de mes?
-No estoy en condiciones para estar fiando, Gómez. Si recién arranco con el negocio...
Gómez aparenta estar contrariado, como debatiendo algo en su interior.
-Está bien, gracias igual...¿y cuánto le debo, Esteban?
-Son treinta pesos...
-¿Se los puedo pasar a pagar cuando cobre?
-Pero, Gómez , que le estaba diciendo...
-Es que ahora no tengo un peso ¿vio?

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El Ruso sale del lavadero con un manojo de ropa limpia y se encuentra con Esteban, que chupa un mate en el patio, ofuscado.
-¡Qué cara! ¿Pasa algo?
-Es que a veces, parece que hablo solo, como los locos...
-Contáme...
-Dejá, no me hagas caso...¿querés un mate?
-Dale...
-¿No lo viste al pibe?
-No, creo que la vieja lo llevaba al dentista. Me parece que hoy, no asoma la jeta por acá...
-Bueno, no importa...¡por lo que hay para hacer!
-A vos te pasa algo, estás raro...
-Decime, vos que andas por la calle, ¿cómo ves la cosa?
-¡Para el culo, como siempre! ¡Con la inflación que hay, a la gente apenas si le alcanza para comer!
-Sí, eso ya lo sé, pero estaba pensando en que me equivoqué con esto del negocio...me tendrìa que haber buscado un empleo.
-Mirá, hace semanas que recorro y no encuentro nada fijo, solo changas mal pagadas. Lo que pasa, es que para tipos como nosotros, que ya estamos grandes y no sabemos ni cómo prender una computadora, las opciones son muy pocas...Yo te diría que cuides lo que tenes, apechugues hasta que mejore y no te hagas fantasías con otras cosas...
-En eso, tenes razón. O al menos parece..,
-¡Más vale que tengo razón! ¡Si sabré yo! - le devuelve el mate- Y ahora te dejo, que me tengo que ir a planchar un poco esto...-sube la escalera hacia su habitación, apretujando la ropa- ¡Ah! ¡Y si viene un tal Gómez al taller, no le vayas a fiar que no le paga a nadie!
Esteban lo mira pasmado.
-¿Y ahora me lo venís a decir?
Tocan timbre. Esteban acude a atender la puerta, mientras el Ruso se pierde en la pieza. Es Hugo, que viene acompañado por un hombre joven y morocho.
-¡Papá! ¿Acaso no tenes llave?
-Lo que no tengo es cabeza, hijo, siempre me las olvido. Veo que andas con el mate en la mano... Te acepto uno, si es que son amargos...
-Seguro, pasá...
-¡Ah! ¡Te traje un cliente!- Hugo le presenta el muchacho a su hijo- ¡Este es Fidel, anda buscando dónde quedarse!
Esteban y Fidel se estrechan las manos.
-¡Mucho gusto! ¡Pasen que les cebo unos mates y charlamos!
Ya en el patio, sentados bajo la parra, conversan y comparten el mate.
-¿Usted es cubano?
-No, soy de Perú, pero hace varios años que vivo acá. Mi papá admiraba a Castro, de ahí viene mi nombre...
-Y usted terminó en la tierra del Che...
-Sí, me trajo la compañía para la que trabajo, estuve la mayor parte del tiempo en el Norte, ahora me trasladaron para acá....es que tienen contratos por todo el país...
-¿Le explicó mi papá cómo es esto?
-Si, me parece bien. Yo cobro por mes, pero preferiría pagarle por semana, por si acaso me mandan para otra ciudad...
-No hay problemas con eso...¿trajo algún bolso? ¿algún equipaje?
-Lo tengo en la empresa...si a usted le parece, lo voy a buscar para ya venir a quedarme...
-¡Sí, como no! ¡Haga tranquilo y venga nomás!
Se ponen de pie, se despiden.
-Bueno, hasta luego, entonces...
-Hasta luego, Fidel.
El morocho deja la casa y Esteban y Hugo vuelven a sentarse.
-¿De dónde lo sacaste, papá?
-Hace un par de días que va al bar, charlando un poco ,ahí me enteré que necesitaba alojamiento.
-¿A qué se dedica?
-Está contratado en una cuadrilla, de esas que reemplazan postes para una empresa de teléfonos. Parece buena gente ¿no?
-Me parece que sí...
-¿Y cómo anda todo por acá? El inquilino nuevo, ¿que tal es?
-¿Cosme? Muy tranquilo, casi ni se lo ve...
-¿Y el Ruso?
-Arriba, planchando...
-¡Ja! ¡No me lo imagino!
-Para todo hay una primera vez...¿que tal el boliche?
-Casi muerto, estaba pensando en transformarlo en un bar de strippees... Si el Ruso y vos se quieren anotar, bienvenidos...
-¡Eso sí que no me lo imagino!
Se ríen. Escuchan la puerta de calle que se abre y entra Cosme con gesto adusto, portando sobre los hombros una carga envuelta en una bolsa negra y larga. Quedan en silencio. Los mira al pasar, saludando con un gruñido. Lo siguen mientras sube la escalera con esfuerzo y se interna en su habitación, cerrando con llave. Hugo y Esteban se miran, intrigados.
                                                                     
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miércoles, 4 de diciembre de 2013

Pensión de caballeros ( 3 º Capitulo)


Es de mañana y Esteban atornilla en la puerta de calle un cartel de madera dónde reza, pintado en letras negras, "Pensión de Caballeros / Se alquilan habitaciones"
Retrocede unos pasos y lo observa a la distancia, asegurándose de que es visible. Satisfecho, vuelve a entrar al taller, dónde el pibe repara la cámara de una bicicleta. Esteban deja el destornillador sobre el banco de reparaciones y le habla al pasar, sin detenerse.
-Cuando termines eso, tenes que hacerme unos mandados. Avísame si viene alguien.
Se retira hacia el patio, dónde se encuentra con el Ruso, que sale de su habitación y baja  por la escalera.
-¿Ya vino alguno?- pregunta.
-No, si recién termino de poner el cartel...
-Bien, va a llevar un tiempo, entonces...Te dejé el mate caliente, si querés. Yo salgo un rato, me voy a ver un laburo...
-¿Me haces un favor? Si llegas a pasar por lo del mayorista, pregúntale por qué no me mandó todavía el pedido de repuestos que le hice.
-Dale, me llego. Nos vemos.
-Chau, Ruso.
Sale el Ruso y Esteban se dirige a la cocina, a tomarse unos mates.

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  Sentados a la mesa del patio, Esteban estudia al recién llegado. Un hombre bajo, de bigote y barba canosa, cejas abundantes y piel cobriza. Gorra de lana calada hasta las orejas, sucia y ajada; camisa leñadora, pantalón marrón y zapatos negros. Sus manos grandes, curtidas por el trabajo; dientes escasos, dónde baila un palillo; nariz ancha y torcida, recuerdo de alguna riña. Sucio y desalineado, arrastra un bolso verde militar que aparenta tener mil viajes.
-Cosme, ponga Cosme a secas, nomás - responde, y Esteban mantiene el lápiz sobre el cuaderno, dudando.
-¿Algún problema con la ley?
El hombre niega con la cabeza, extrañado.
-¿Último domicilio?
-Un barco pesquero, en alta mar...
-¿Alguna referencia?
Cosme lo mira, sin entender.
-Alguien que lo conozca, que me pueda dar algún dato sobre usted...
-¡Ah! No, nadie. A menos que usted alcance al pesquero, que ya debe haber zarpado...
-Bueno...-Esteban mira la hoja en blanco, buscando algo qué anotar- ¿Algún familiar? ¿Esposa? ¿Hijos?.
-Nada. Soy solo, como loco malo...
Esteban lo observa, intenta sonreír y no puede. Lo exaspera que el hombre no colabore. Se topó con un caso difícil.
-Usted entienda que necesito algo, alguna información...¿qué tal si le pasa algo estando acá? ¿A quién le voy a avisar?
-Ta bien, yo le entiendo lo que quiere decir, pero le juro que tengo una salud de fierro, soy tranquilo, honesto y callado. Estoy buscando un laburo en la ciudad, y si no encuentro nada, me voy a quedar poco tiempo...Estaba pensando, que va a ser mejor que le pague por día, y después vemos ¿no lo parece?.
Esteban lo medita. Cierra el cuaderno y deja sus pretensiones de lado.
-Está bien, vamos a probar así, a ver que pasa. Mire, las habitaciones son cuatro. Están arriba. Y hay un baño, que es compartido entre los pensionistas. Solo hay una que está ocupada, así que puede elegir cualquiera de las otras tres. Las reglas son simples. Mantener limpia la pieza y el baño; avisar si no va a estar a la hora de comer; no traer minas; y si tiene una radio, no la escuche a todo volumen. ¿Está claro?
-Como el agua.
Se ponen de pie y se estrechan las manos.
-Me parece que me voy a agarrar la que está al lado del baño...
-La que quiera. A eso de la una, comemos.
-Ta bien, gracias.
Cosme levanta con dificultad el bolso, lo carga al hombro y sube con esfuerzo la escalera. Llega el Ruso, desde la calle, y se lo queda mirando. Se arrima a Esteban y lo observan hasta que entra en la habitación.
-¿Y? ¿Qué tal?
-Ya vamos a ver, por ahora, lo único que sé, es que tenemos compañero nuevo...
El Ruso lo palmea, pasando por detrás, rumbo a la cocina.
-Espero que sepa cocinar...
Esteban se vuelve y se queda mirando la espalda del Ruso, que se aleja.
-¿Por?
El Ruso no voltea, perdiéndose en la cocina y dejándolo desairado, con lo brazos en jarras.
-¡Che!
No obtiene respuesta. Ofendido, se va para el taller, puteando entre dientes.



lunes, 2 de diciembre de 2013

"Doña Margarita" Cuento.

 Doña Margarita sale a barrer bien temprano, cuando el día recién está clareando. En invierno se abriga bien, no sea que el médico tenga que llamarle de nuevo la atención, y pasa la escoba con la misma calma que lo hace en verano, cuando los gorriones cantan alegres después de haberse bañado. Ella sabe que ya no es una niña, se toma la vida con tranquilidad. Tiene un horario para barrer, uno para desayunar, uno para almorzar y también para disfrutar de su novela favorita. Pero, si por alguna razón, se retrasa en el supermercado o en el banco, cuando va a cobrar su jubilación, no se altera en lo absoluto, se dice a sí misma que es una tontería depender del reloj a esta edad. Sus ochenta y uno, muy bien llevados, no le impiden valerse por sí misma, mantener la casa y atender a sus nietos cuando vienen de visita. Siempre llevó una vida sana y su salud fue de hierro, solo que a los achaques de la edad, no puede dejar de ignorarlos.
Hace cincuenta años que barre la misma vereda, se conoce cada grieta y cuales son los rincones dónde la tierra se torna más reacia a abandonarla. Se casó a los quince años, vivió en una casa alquilada con su marido hasta que con el trabajo de ambos y levantando la cosecha a mano (como a veces les cuenta a sus nietos) lograron comprar la casa que hoy habita. Por desgracia, su esposo falleció joven, a los cincuenta y ocho, y hay noches en que lo extraña y sonríe, acordándose de sus payasadas.
  Doña Margarita sale a barrer bien temprano, sea la estación del año que sea, y observa la calle vacía. Hace un rato que paró de llover y el viento y el agua le han llenado de hojas la vereda. No se trata mucho con los vecinos, gente joven en su mayoría, y se lamenta que sus amigas de siempre ya no estén. Solo le queda Sofía, que vive a la vuelta de la esquina, y aunque es unos años menor que ella, se hicieron amigas al llegar al barrio. Es que con la gente mayor, Doña margarita, puede charlar a gusto. Los jóvenes la alteran, hablándoles de problemas, de las corridas al banco, de que no saben si van a poder conservar el auto y de sus hijos malcriados. Sí, eso de malcriados es innegable, piensa, pero habría que preguntarse quién los malcrío. No siempre la culpa es del chancho, como dice el refrán, sino del que le da de comer.
  Sofía es viuda como ella pero vive con su hija menor, Carolina, que se separó hace unos años ,o el marido la abandonó, y no le quedó otra opción que volver a la casita de los viejos. Estas chicas, decía Sofía, si pensaran mejor las cosas...Las chicas no usan la cabeza, la consuela Doña margarita, piensan con otra cosa, dice y se sonroja un poco. Es que solo con Sofía se permite semejante desliz, ella es de su entera confianza y la considera casi una hermana menor. Doña Margarita viene  de una familia numerosa, nueve hermanos entra varones y mujeres. Gente de campo, chicos fuertes y trabajadores, excepto el menor de ellos, que había salido medio torcido, asiduo bebedor y jugador compulsivo. Doña margarita siempre le perdonó todo y lo recuerda con cariño, porque los recuerdos que perduran son siempre los mejores.
   Sofía le recuerda mucho a una de sus hermanas, será por eso que entablaron un entrañable vínculo. Además de sus facciones y sus modos, Sofía se parece a su hermana en lo chismosa. Le gusta llevar y traer rumores y chimentos, que el barrio se encarga de alimentar día a día, echando cada uno, su parte en el caldero. Doña margarita sabe que a las diez y media llega Sofía, cargada de novedades. Es que, a pesar de levantarse bastante tarde, hace las compras antes de venir a su casa, cargados los bolsos de mercaderías y de habladurías. Doña margarita pone la pava y prepara el mate, saca un plato que deja sobre la mesa, para que Sofía ponga las facturas que compró en la panadería. Apaga la radio y aguarda escuchar la puerta del frente y el llamado de Sofía, que grita como todas las mañanas: ¡Marga! ¿Ya estás levantada? ¡ Soy yo, Sofía! Se saludan con un beso en la mejilla y luego de los obligados comentarios sobre el tiempo (si hace calor, si hace frío, o si está por llover o no llueve hace tanto tiempo) se sientan a la mesa cuando la pava ya avisa que el agua está a punto. Mientras la retira del fuego, escucha a Sofía que abre la bolsita de papel de la panadería y saca las facturas que deposita en el plato sobre la mesa, chupándose los dedos pringosos de dulce.
  -Te traje de las que te gustan- avisa, mientras engulle la primera, mordiendo la masa y llenándose de migas hasta el escote. Desde ese mismo instante, Sofía hablará con la boca llena hasta que el plato esté vacío, devorándose cinco de la media docena de masitas.
    Doña margarita le perdona todo, si la quiere casi como a una hermana. Le ceba unos mates con cáscara de naranja o con una cucharadita de café, que son los que tanto le gustan, esperando a que Sofía empiece con las noticias más jugosas del barrio.
   -¿Sabes quién está hecho una furia?
   Doña Margarita niega con la cabeza, intuyendo que de inmediato va a enterarse.
   -Tu vecino, el Cachito.
   -¿El carnicero? ¿Qué le pasó?
   -¿Viste el toldo que puso la semana pasada?
   Doña Margarita lo había visto, es más, lo veía todas las mañanas cuando salía a barrer su vereda. Un toldo bajo, en forma de alero y de color anaranjado, atornillado sobre la vidriera de la carnicería.
    -Parece que hay gente que no lo quiere mucho, al Cachito. Hoy, cuando abrió, se desayunó con que le hicieron dos tajos largos a la lona. ¡No te imaginas cómo está! ¡Se quiere comer a medio mundo!
     La carnicería estaba sobre la misma vereda de Doña Margarita, tres casas más allá, antes de llegar a la esquina, junto a la panadería. Hacía poco que estaba funcionando. El Cacho, como todos lo conocían en el barrio, había comprado el local desocupado e instalado su comercio. Era un hombre hosco, bruto y de mal genio. Su esposa y su hija, que le ayudaban en la caja y en algún corte, eran todo lo contrario. Dulces, amables y condescendientes. Creaban un equilibrio que permitía al negocio seguir funcionando. El Cacho, por su cuenta, hubiera durado poco. Abrían a las ocho, como casi todos los comercios del barrio y Doña Margarita los trataba muy poco, solo por casualidad. Si era por lo que ella comía de carne, ya se habrían fundido hacía rato. Su dieta había cambiado hacía mucho. Comía liviano, verduras hervidas, huevos, tostadas y algún pollo que ponía en la olla cuando su hijo o su nuera le traían del campo. Doña Margarita trataba poco con la gente del barrio, pero a través de Sofía, se enteraba de todo sin necesidad de estar chusmeando en la puerta.
   -No se sabe quién pudo ser, pero el Cacho ya tiene entre ojos a unos cuantos. ¡Agárrate que se va a poner bravo el barrio, Marga! ¡Cuando el Cacho se enoja, es jodido!
   A Doña Margarita poco le importaba el carácter del carnicero, ni un toldo mugroso que se podía remendar, ella añoraba los años de calma, cuando aún vivían sus antiguos vecinos y las calles eran de tierra, dónde los chicos eran educados, las personas se saludaban con cortesía y podía pasear del brazo de su marido.
   -Gracias, Marga. Me voy a preparar la comida que ya debe estar por llegar Carolina con los chicos. ¡Uy, pero si ya son las once y cuarto! ¡Se me pasó la mañana volando! ¡Chau, me voy corriendo!.
    Doña Margarita se toma el último mate, mientras escucha como la puerta se cierra. Va pensando en qué almorzar, quizás una calabacita o unos zapallitos. Con seguridad, por la tarde, vienen sus nietos a visitarla.

     Doña Margarita sale a barrer bien temprano, cuando el día recién está clareando. Cuando culmina su tarea, toma su bolso de mimbre y camina hacía la panadería de la esquina, que está junto a la carnicería. El panadero la atiende por la puerta del costado, ya que el negocio abre más tarde, y como todos los días le vende dos pancitos calientes y dos bizcochos recién sacados del horno.
   -Pero, Doña Margarita, tan temprano anda usted por la calle y con este frío - le dice cuando es invierno.
   Doña margarita sigue su ritual diario, haga frío, calor o llueva. Regresa a su casa y se toma un té caliente con bizcochos. Verduras no le faltan, ni huevos, ni pollo. Cuando su hijo viene del campo, le suministra comestibles día por medio. Cualquier otra cosa se la encarga a Sofía, que le encanta vagar de acá para allá, como si el techo de su casa se estuviera por caer.
   Pasó una semana y las novedades que le transmite su amiga, entre gestos y exageraciones, con cada vez más alarmantes. Parece que el carnicero, entre acusaciones y gritos, se había despachado contra quienes él consideraba autores del hecho. Hasta llegó a las manos con un carnicero de la otra cuadra, propinándole una brutal paliza.
   ¿Adonde vamos a llegar?- se pregunta Doña Margarita. viendo en lo que se a convertido el barrio,
    A pesar de los golpes e insultos, de perder a varios clientes ante la mirada estupefacta de su mujer y de su hija, al carnicero no le quedó otra, más que emparchar el horroroso toldo anaranjado, en forma de alero.
     Doña Margarita se entera de todo por boca de Sofía, que no ha dejado de acompañarla todas las mañanas a las diez y media en punto, luego de hacer sus compras diarias.
      A ella poco le importa el carácter del carnicero, ni la identidad del autor del hecho, sigue levantándose temprano a barrer, excepto hoy, que llueve. Entonces, toma su canasto de mimbre y su paraguas negro, y camina hasta la panadería, que queda en la esquina. La calle está vacía a esa hora y el panadero la atiende por la puerta del costado, diciéndole con voz paternal: -Pero,Doña Margarita, tan temprano anda usted por la calle y con este tiempo...
      Doña Margarita no se detiene porque esté lloviendo. Le paga con las monedas justas y emprende el regreso a su casa, pasando frente a la carnicería, y haciendo un tajo en la lona del toldo con la punta de su paraguas, de la misma longitud, que el que hizo de camino a la panadería.
                                                                                                              Javier Cárdenas.