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jueves, 26 de diciembre de 2013

Pensión de caballeros- Continuación del capítulo tercero.

Es la hora del almuerzo en la pensión y los hombres, sentados a la mesa, aguardan la comida sin entusiasmo. Esteban, portando una olla humeante de gran tamaño, pide que le hagan lugar y la apoya en el centro, al alcance de todos.
-Bueno, ¡a comer!.
Los pensionistas se miran entre sí, Cosme se quita el palillo de la boca.
-Mejor vayan pasando los platos- decide Esteban, tomando el cucharón- Yo les sirvo.
Uno a uno, se los van alcanzando.
-¿Así que te quedas unos días, Pibe? -pregunta el Ruso, como para armar conversación.
El Pibe asiente con la cabeza.
-¿Cómo es eso? -dice Cosme, envuelto en el vapor que emana del plato que tiene enfrente.
Mientras sirve, Esteban intenta explicarles.
-La madre se fue unos días de viaje, en una de esas excursiones para jubilados...
-¿Adónde se fué la Doña? - pregunta el Ruso.
-A Las Grutas- informa el pibe.
-Y como no lo quería dejar solo, me preguntó si se podía quedar con nosotros. Así que va a ocupar la habitación que quedó disponible, hasta que vuelva Miriam.
-Mirá que esta noche, capaz que armamos un truco, pibe...-advierte el Ruso.
-Te vamos a dejar pelado...-avisa Cosme.
-¿Y dónde queda Las Grutas? -quiere saber Fidel.
-Al sur, no se muy bien dónde...¿no?-el Ruso consulta con los otros, que dudan en afirmarlo.
-Creo que sí...
Esteban deja el cucharón dentro de la olla y se sienta para comer. Suena el timbre de calle. Ofuscado, vuelve a ponerse de pie.
-¿Quién puede ser?
-¿Queres que vaya yo? - se ofrece el Ruso.
-No, deja, empiecen a comer que ya vuelvo...
Sale de la cocina. Los comensales se miran. Al unísono, se llevan la cuchara a la boca. Sus gestos son de desaprobación.
-¡Puaj! ¡Esto no puede seguir así!
-Este brebaje, ¡es incomible!
-¡Ni en el peor pesquero del mundo sirven semejante bazofia!
El Ruso los para.
-¡Che! ¡Aflojen un poco! ¡A ver si escucha Teban!
El pibe, haciéndose el desentendido, manotea una varilla de pan de la mesa. Cosme, al darse cuenta, tironea del otro extremo gruñendo, quedándose con la mitad.
-Ruso, con una mano en el corazón, decime...¿cómo soportas tragarte eso?
-Lo hago por Esteban, que es un pan de Dios, y no quiero lastimar sus sentimientos...
-¡Que vaya a aprender a cocinar, entonces!- exclama Cosme, mordisqueando su palillo.
-¿Qué podemos hacer?- pregunta Fidel.
-Nada,, les pido que disimulen y que se la aguanten...
-¡Imposible! - sentencia Cosme, vaciando su plato en la olla. Los demás lo imitan- ¡Algo tenemos que hacer!
Se levantan y se van protestando, dejando solo al Ruso en la cocina, que lo piensa un segundo y aprovecha la ausencia de Esteban para vaciar su plato en la olla. Se está levantando para irse cuando éste regresa.
-¿Vos podes creer? ¡ La gente no respeta los horarios de los demás...! -observa que ya no hay nadie -Pero, che...¡ya terminaron de comer! ¡Y yo ni siquiera empecé!
-Eh...,sí, ya nos comimos todo. Disculpa que no me quede, pero tengo cosas que hacer...
Esteban hace un gesto viendo al Ruso abandonar la cocina, pensando en lo desconsiderados que son todos, y se sienta a comer. Saborea el primer bocado, arrugando la cara.
-Algo le falta...-prueba otra vez, se encoge de hombros- No es como el que hace mi viejo, pero está pasable...
Estira el cuello, mirando el interior de la olla.
-¡Uh! ¡Sobró un montón! ¡Ya que limpiaron los platos, esta noche, se los recaliento!
Se sirve un vaso de vino y continúa comiendo, solo en la cocina.

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 Entra el Ruso a la habitación de Cosme, dónde están reunidos los pensionistas. Le indican que guarde silencio.
-No alborotes, Ruso. ¿Seguro que no te siguió?
-Seguro.
-Veni y arrimate...
Sobre la cama, Cosme despliega las provisiones, envueltas en una bolsa negra. Una tira de salame, una longaniza, bondiola y una botella de vino.
-Casi me pescan el otro día, cuando llegué, y Esteban estaba con su viejo sentados en el patio...
-¡Dale, ponete a cortar, que me muero de hambre!
-¡Ya va, ya va!
Comen, y saciados al fin, se ponen serios y abordan el asunto que les preocupa. Alguno se levanta, de vez en cuando, a espiar por la cortina de la puerta, para ver por dónde anda Esteban.
-Bueno, ya saben por qué estamos todos acá. Tenemos que resolver este tema de alguna manera, antes de que ese hombre, nos liquide con otra de sus comidas...
-Che, para un poco...- se queja el Ruso.
-Ruso,  no confundas amistad con semejante sacrificio...
-Tenemos que conseguir un cocinero...
-Pero, Fidel, ¡imagínate cómo se va a sentir Esteban.!
-No queda otra, Ruso, de alguna manera lo vamos a disfrazar para que no se ofenda...
-¿Ya lo tantearon a Hugo?
-Fué Fidel, pero dice que no puede venir a cocinar todos los días, que tiene que hacerse cargo de su negocio...
-Bueno, descartado, entonces...pibe ¿alguna idea?
-Una vez, perdí un perrito. Imprimí anuncios con la compu y los pegué por todo el barrio. A los dos días, apareció...
-¡Eso podría funcionar! ¡Bien, pibe! ¡Hagamos lo mismo, peguemos carteles pidiendo cocinero y pongamos la dirección de la pensión!
-¡Claro! ¡Como si Esteban no se fuera a enterar!
-¡Cuando empiece a caer gente, a todos no les va a poder decir que no, alguno va a quedar!
-Yo no estoy de acuerdo...
-Bueno, decime entonces, qué se te ocurre, Ruso..
El Ruso piensa por un rato, al fin, permanece en silencio.
-¡Está decidido!. Pibe, encárgate de los carteles. Cuando estén listos, los salimos a pegar...¡y rogemos para que alguien nos ayude!
-¡Amén!
Se levanta la sesión. Con cautela, de a uno van saliendo. Cosme envuelve la comida con la bolsa y la esconde, en el fondo del ropero.

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  Manuela sale de su trabajo y va a encontrarse con unas amigas en un bar. Camina distendida, portando una cartera que cuelga de su hombro. El sol se refleja en sus gafas oscuras y el viento juega con la tela de su vestido. Pone especial cuidado al cruzar las calles, atenta al caótico tráfico de la ciudad. Dobla la esquina y toma por una calle menos transitada, dónde puede caminar a sus anchas, sin temor a tropezar con alguien. Unos metros más atrás, un joven de zapatillas y capucha, sigue sus movimientos. Al llegar a la esquina, Manuela se detiene ante el paso de un colectivo. A punto de avanzar, recibe un empujón y el joven se abalanza sobre ella, arrebatándole la cartera. Confundida y dolorida, ve como el ladrón se aleja corriendo, y se pierde entre los autos.

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